Welcome to the murders in the Rue Morgue.

I keep listening, very quietly.You're discussing, your philosophy.There's a long list, of what's wrong with me.And you go on talking endlessly.... now

domingo, 14 de junio de 2009

La locura es producto de nuestra mente enferma.


La tarde era un duro presagio de lo que iba a acontecer entre las paredes del Saint Michell. Todo estaba envuelto en un oscuro silencio que inquietaba de manera algo sobrenatural, a los trabajadores del lugar.
Era una tarde de invierno, del año 1943, los hospitales estaban repletos de soldados heridos a causa de la guerra. Daba igual a donde mirases, todo estaba lleno de heridas, cicatrices, amputaciones, y un repulsivo olor a sangre y vómito. Era nausebundo aquel olor. Los médicos -escasos- eran incapaces de salvar todas las vidas que querían, estaban desbordados y no llegaba esa ayuda que tanto necesitaban. Muchos médicos y enfermeras del lugar quedaban atrapados en la locura, quedaban atrapados en esas cicatrices que muchos soldados de áquel entonces, enseñaban -con orgullo- actualmente. Quedaban atrapados en silencios incomprensibles para sus pacientes, estaban atrapados por sus mentes enfermas.
Esa tarde, hacía más frío del habitual por los campos y el interior del edificio. Fueras a donde fueras, el frío te perseguía susurrandote que pronto llegaría tu hora, susurrandote todo tipo de perversiones, a las que solo haría caso un demente. El frío, llevaba consigo la nieve que cubría los campos, los tejados, e impedía que llegaran esos refuerzos que necesitaban.
La tranquilidad habitual, era sustituida por murmullos silenciosos que te ponían la carne de gallina.
Y de pronto... un grito alteró a todo el edificio. El director del hospital salió corriendo de su despacho, en el cual estaba tomándose su café de media mañana, y siguió el sonido de los gritos, hasta que llego a la habitación 123. Dicha habitación se encontraba en la segunda planta, en el pasillo de la derecha, en esa planta se encontraban los terminales, los que iban a morir de todas a todas, por eso ese grito, no era tan extraño... O eso creía el director.
Nada más plantarse delante de la puerta, la abrió como si tal cosa y lo que encontró dentro era tan espantoso, que sintió unas naúseas que ascendían hasta su garganta donde, el vómito, quería salir. Se tapo la boca y la nariz con una de las mangas de la bata, y huyó del lugar.
No quería volver a ver eso, no quería ver que sus pesadillas se hacían realidad por lo que decidió quitarse de en medio. Cogió su révolver y se pegó un tiro en la sien.


Sólo dejo escrito que, le empujaste a tomarse un frasco de pastillas y le internaron en un manicomio y lo que encontro allí fue un baño caliente y una cuchilla fría.








Todo era producto de la imaginación desbordada de un demente que había perdido el norte, que no sabía quién era en realidad, que creía que los fantasmas hacían daño y que las sombras -de la oscura habitación- querían llevárselo hasta el mismo infierno. Tal vez ya estuviera en ese infierno.

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